Texto de mi autoria para la revista Bacánika,
uno de los post mas leídos de la revista.
ESTE DIFÍCIL MUNDO DEL DISEÑO (Francamente.)
22 Nov 2012 Escrito por SAMARA
Son incontables las veces que he escuchado a las personas que estamos en el mundo del diseño quejarnos por el trabajo que desempañamos en algunas agencias de publicidad, no porque el diseño sea un tortura, eso nunca, pues todavía la mayoría sentimos el amor de comunicar y de saber hacerlo, pero eso no tiene absolutamente nada que ver con lo que recibimos a cambio.
Personalmente entiendo cada mala experiencia de la que hablan mis colegas diseñadores, porque como diseñadora también lo he vivido, he tenido que comer de la que sabemos para lograr pagar mis cuentas a fin de mes, el tiempo donde los papitos pagaban todo paso hace rato, y con la situación del país, cada vez son más los que salen a trabajar desde más chicos.
Infortunadamente el difícil mundo del diseño inicia muchas veces antes de tiempo, incluso desde la universidad. Para nadie es un secreto que muchos profesores llegan a desarrollar campañas publicitarias con la excusa de querer enseñar a sus alumnos, pero donde el fin único del educador será ahorrarse algo de trabajo y de paso hacer algo de dinero, pues si la campaña llega a ser aprobada, esa idea que salió de la cabeza de sus estudiantes resulta ser un beneficio propio.
Me parece una total falta de ética profesional que esa clase de cosas pasen, a mi personalmente me parece un robo o ¿cómo se le puede llamar cuando Pepito siendo profesor de universidad pone a sus alumnos a desarrollar un brief que posteriormente se convierten en las campañas publicitarias que vemos por los medios de comunicación?
Perdóneme pero a mí me parece un acto rapaz y un ejemplo claro de la falta de ética. Y si me preguntan por qué lo se, la respuesta es sencilla: Lo escuche de boca de una profesora de diseño de una prestigiosa universidad de Bogotá.
Ahora yo pregunto: ¿Si el respeto por nuestra profesión no nace en el alma mater, entonces dónde?
Luego viene el dolor de cabeza que pueden llegar a ser las prácticas universitarias. Hay estudiantes que prefieren buscarlas con los amigos que crearon empresa y lo arreglan con una cartica firmada y eso es todo. Pero para los más aplicados, la situación no es tan fácil, pues deciden, y muy bien por ellos, tocar puertas en empresas donde pueden ejercer lo que han aprendido, pero para nadie es un secreto que de esos practicantes son muy pocos los que reciben un pago por sus servicios.
Afortunadamente ya se prepara un proyecto de ley en donde todos los estudiantes que ingresen a hacer sus prácticas profesionales serán incluidos en el sistema de Seguridad Social, además de tener prácticas pagadas y en cargos afines con su profesión.
Cuando ya eres todo un profesional vienen las pésimas experiencias laborales, de donde surgen escritos como este, que buscan plasmar cómo desde un punto de vista personal, mi trabajo como diseñadora en tan “prestigiosa agencia” manejada por “tan cálidos y comprometidos jefes,” fue simplemente: una catástrofe.
Luego de buscar empleo y de ver ofertas laborales con salarios de 700 mil pesos, en donde debes saber crear páginas web, diseñar material POP, servir como Community Manager, tener conocimientos en After Effects, Premiere y Flash, manejar toda la suite adob - por que muchas veces así lo escriben - servir tintos, lavar baños y tras del hecho tener una actitud proactiva hacia el trabajo que se te asigne, decidí llamar a alguno de mis contactos para saber si tenia información sobre una vacante en los lugares donde ellos trabajaban.
Efectivamente así fue, llegue a ser diseñadora gráfica de la agencia en donde nunca se pasaron tan por la faja mis derechos, no solo como diseñadora gráfica sino como trabajadora. Al entrar a esta agencia como es natural, me alegre muchísimo, pues ya no tendría que estar “freelanceando” tanto y podía asegurar un ingreso fijo mensual con el cual cubrir mis gastos, aunque para ser franca, el salario era bastante bajo, pero la seguridad de no colgarme a fin de mes me hizo ver las cosas con optimismo.
Mi trabajo en dicha agencia empezó con un periodo de prueba de dos meses, a los cuales no les vi problema. Yo hacia mi trabajo, pero siempre procurando que mi horario se cumpliera. A las 8 a.m. llegaba a la oficina y a las 5 p.m. salía. Pero es bien sabido que no todo es color de rosa y al mes de estar allí las cosas empezaron a complicarse.
La carga laboral de un momento a otro aumentó, así que los tiempos para la entrega de proyectos disminuyeron y si el trabajo aumenta y el tiempo disminuye, las trasnochadas avanzan. Empecé a preguntarme cómo sería entonces si yo llegara a trabajar como una empleada de nómina en aquella empresa y todo lo que tendría que hacer; pero como el periodo de prueba no había terminado, no me preocupé y seguí como si nada.
Así pasaron los dos meses de mi periodo de prueba. Cuando finalizaron extendieron el contrato de prestación de servicios por un mes más, yo por no quedarme sin trabajo lo acepté, pero ya no había tiempo para el freelance, así que estaba solo con la agencia y no había posibilidad de ganar dinero extra.
En vista de semejante situación mi actitud inmediatamente cambió y en algunas ocasiones escurrí el bulto, como se dice popularmente, con mis obligaciones. Siempre he creído que las cosas son dando y dando, y de la forma más equitativa posible, no había nada que respaldara tanto trabajo, en pocas palabras los diseñadores de tan “prestigiosa agencia” éramos los Oompa Loompas de lavar y planchar.
Un día, de buenas a primeras, cambiaron a la secretaria de la agencia, una mujer cincuentona y buena gente que fumaba como un carretero y que contaba que le encantaba la marihuana y el trago cuando era joven y estudiaba en la javeriana. La recuerdo muy bien porque era una buena persona y a la hora de pagarnos hacía hasta lo imposible para que no nos descontaran ni un peso de nuestro poco y bien merecido sueldo. Pero con su llegada el ambiente laboral cambio considerablemente, pues ella no tuvo problema en contarnos cuánto dinero ganaba cada uno de nosotros y resulto que los Oompa Loompas ganábamos dos veces menos de lo que ella como secretaria se echaba al bolsillo cada mes.
Eso sin contar que tenía desde un principio un contrato firmado, donde se establecían las horas laborales, las horas extra y todas las demás prestaciones de ley que a los diseñadores nunca nos brindaron.
Yo me sentía como una esclava, estaba mamada de ver cómo el discurso marica de todos los jefes: “Somos un equipo y aquí todos tenemos las mismas ventajas”, se iba a la caneca. Los diseñadores lidiábamos con directores de cuenta que cuando no querían trabajar daban a los clientes nuestros números personales para que a cualquier hora del día se comunicaran y nosotros diéramos soluciones a sus reclamos.
La Planner de la agencia ganaba aún más que la secretaria y tenía un especial talento para copiar de internet las campañas que se habían desarrollado en otros lugares del mundo, y aplicarlas a menor escala en los proyectos que se nos asignaban. Sin contar que después se ponía el crédito de las piezas gráficas que muchas veces los “Oompa Diseñadores” ideábamos.
Aquí fue cuando nos hartamos de la situación y decidimos vencer o morir, mi compañero empezó los trámites para irse del país y yo, que no podía largarme así no más, decidí aclarar mi situación laboral de una vez por todas. La respuesta de mi “amable jefe” a mis reclamaciones fue inminente. Yo tenia la culpa de que no se me brindaran mayores ventajas, debido a la falta de actitud que venia presentando, sin embargo él lo hablaría con su socia para ver a qué acuerdo llegaban y qué solución darme.
El que tiene plata marranea y la necesidad tiene cara de perro. Pasó lo que yo sabia que pasaría. El periodo de prueba se seguía extendiendo, con un contrato de prestación de servicios ellos quedaban libres de las prestaciones de ley y el aumento de salario, además hay que recordar que la culpa era mía por la falta de actitud hacia el trabajo.
Las cosas fueron de mal en peor. A mi compañero le salieron los papeles y se fue rumbo a Chile. Yo por mi parte me quedaba sola y sin más opciones que seguir trabajando en el mismo sitio. Como es natural en la agencia decidieron que lo que hacia él me lo pasarían a mi y así quedarían arreglados los problemas que surgieron con su partida. Sobra decir que yo tenía ganas de matarlos.
Los periodos de prueba de tan “prestigiosa agencia” resultaron ser el alargue del limbo laboral. En el campo del diseño gráfico se han convertido en la forma más útil para que los empleadores sin escrúpulos, paguen salarios bajísimos con la excusa de un “posible” puesto de trabajo estable. Sin contar que muchas veces firmar un contrato tampoco es lo que uno espera.
En el caso de la agencia de la cual hablo, cuando alguien firmaba contrato debía cumplir una cláusula que prácticamente daba luz verde a los jefes para disponer de sus empleados el día y la hora que a ellos se les diera la gana. Sin ir más lejos, para los diseñadores siempre existe una hora de inicio de labores, pero nunca una hora de salida.
Trasnochar en agencia es el pan de cada día y trabajar más de las horas diarias que aprueba la ley nunca es reconocido monetariamente. Personalmente no tengo conocimiento de la primera agencia que les pague extras a sus diseñadores por si algún día les dieron las 12 de la noche en la oficina finalizando archivos.
Recuerdo que cuando mi compañero se fue, yo empecé a buscar empleo desesperadamente, fue allí cuando vi mi desquite, pues si lo conseguía, podría decir que me iba de buenas a primeras y dejarlos colgados de la brocha, sin diseñadores, y con el plus de que era yo la que renunciaba y no al contrario.
Cumplido un mes exacto de mi fallido intento por arreglar mi situación laboral, salió la nueva oportunidad laboral que estaba buscando, era un freelance pero era estable. Había llegado la hora de irme y no volver a verlos jamás. Aquella mañana soleada preparé mi carta de renuncia mientras me tomaba un yogurt de melocotón, me dirigí a la oficina de la socia de mi jefe y le presente la carta sin el más mínimo remordimiento, ella hizo como que nada había pasado, me la firmo y me recibió la cuenta de cobro de los pocos días que habían corrido ese mes. Salí de su oficina con una sonrisa de oreja a oreja, mientras mi jefe salía a donde estábamos todos y dijo en un tono de voz alto: “Quien no quiera trabajar que se largue, mañana tengo a ocho personas haciendo fila buscando ese puesto.”
Mis compañeros me miraron, era obvio que el sablazo era para mi, pero lo hecho, hecho estaba. Tal parece que al tipejo le gusta echar a la gente y no que le renunciaran, supongo que esa clase de actitudes reafirman su posición social y rango de “manda más”, pero ya no importaba, yo estaba libre y feliz de semejante pelada de cobre por alguien que se creía la última Coca-Cola en el desierto.
Sin más que decir empaqué mis cosas y salí de allí con la esperanza de no volver a tener un trabajo como ese nunca más. Días después tuve que aguantarme sus llamadas pidiéndome archivos de cosas que nunca se finalizaron por culpa de los mismos clientes, además de enterarme cómo tristemente, en lugares como esos ven a los diseñadores como simples operarios, que hacen lo que se les dice, como si no contáramos con un criterio propio y un talento innato gracias al cual hacemos lo que otras personas sencillamente no pueden hacer.
Después de aquel bache todo está muy bien. Actualmente sigo de freelance y con mi propia agencia, y aunque hay mucho más que escribir sobre este difícil mundo del diseño, son cosas que pertenecen a otra historia…